Ese día se jugó el último partido, en el Estadio Bautista Gargantini de Independiente Rivadavia, ante una multitud que establece un gran récord de recaudación para la época. La directiva decidió dar un golpe de timón para reorientar la nave blanquivioleta y contrató los servicios de Vicente Cantatore, técnico que imprimió una férrea disciplina en la plantilla y optó por el contraataque en sus planteamientos de juego.